El espíritu de Villagarcía

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Desde el primer momento descubrimos que los encuentros cofrades, cuando se realizan en sinceridad y sin impostaciones, significan.

El descubrimiento de la riqueza del otro. La pregunta: “¿Es mejor mi Semana Santa o la tuya?” carece de sentido, y quien está instalado en ella no participa ni ayuda a participar con fruto de un Encuentro. Ninguna Semana Santa es mejor que otra, cada cofrade vive la suya con intensidad peculiar y no susceptible de comparaciones. Todas las Semanas Santas tienen sus riquezas y sus limitaciones.

El descubrimiento de un patrimonio común. Cuando se profundiza en la historia vemos como el origen de las procesiones en los distintos lugares, más allá de los mitos, es el mismo; que su evolución ha sido paralela; que todas las hermandades se han tenido que enfrentar a idénticos problemas en las mismas circunstancias históricas; que las influencias mutuas en multitud de aspectos (legales, artísticos) han sido reciprocas y constantes desde tiempos remotos.

El descubrimiento de que las preocupaciones son comunes. En un mundo globalizado, donde las relaciones cofrades viajan a la velocidad de internet, todas las hermandades se plantean la necesidad de dar respuesta a problemas similares. Esto fue verdad hace veinte años, en pleno auge expansivo y renovador de las procesiones, y hoy que sufrimos el desinterés por el asociacionismo, el menor atractivo de la Semana Santa entre los jóvenes, la disminución de la cultura religiosa, la secularización dentro de los propios cofrades, las dificultades para encontrar quien se comprometa en las diversas tareas, la hostilidad de una corriente social laicizante,etc

El descubrimiento de que todos estamos en camino. Todos estamos buscando respuestas a los problemas de hoy. Unos encontrarán determinadas soluciones, y otros soluciones distintas, o simplemente estarán en búsqueda. Ninguna cofradía puede dejar de afrontar creativamente los retos del mundo  contemporáneo.

El descubrimiento de la riqueza del compartir. Nadie es “el maestro” ni nace enseñado, y nadie es tan ignorante que no tenga nada que decir. Todos podemos aportar nuestras visiones, nuestras ideas y proyectos. Todos podemos aprender del otro, por humilde que parezca.

Estas son las lecciones que fuimos aprendiendo, y practicando, desde aquel primer encuentro de Villagarcía de Campos. Por eso, los encuentros se orientan a ofrecer creativamente tiempos y espacios para que los asistentes compartan sus conocimientos y experiencias. Y ello, superando las dificultades debidas al número de asistentes y a otras circunstancias. No son mero eventos de turismo cofrade, sino ocasión de aprendizaje mutuo, humilde y fraterno.